(El Ampurdán - 30 de octubre de 2010)
«Querido hijo:
Llevo días pensando que el movimiento, el nomadismo, la movilidad del ser humano es mucho más creativa, aconsejable y sana que el sedentarismo. Es mejor ser vagabundo que estable, anárquico que conforme.
Me llama profundamente la atención la vida de esos seres que nacen, crecen y mueren en un sitio único y pequeño, que no han deseado (o no han podido) expandir su naturaleza y se han conformado con pasar la vida residiendo en un mismo lugar.
Hoy en día, en nuestro país, las Comunidades Autónomas planifican sus cuerpos funcionariales para que nunca puedan abandonar el territorio, obligando a los profesionales que acceden por oposición a quedar toda su vida encastrados en los muros levantados por el absurdo nacionalismo, procurando evitar que un profesor de clásicas pueda abandonar su instituto de Manresa y cambiarlo por un pequeño Colegio en Montánchez o que una enfermera pueda dejar atrás la brumas del sistema público de salud de Bilbao y ejercer su humanidad en un soleado dispensario en La Laguna.
Todo lo que signifique cambiar de lugar, abrir horizontes siquiera en esta España ―que ya no en esta Europa― es mirado como algo perverso y maligno por los controles gubernamentales autonómicos. En tal proceso, incluso las lenguas vernáculas son utilizadas como armas arrojadizas, pudiendo servir como instrumento para impedir el acceso inconveniente a la función pública.
Se trata de que cada vez tengamos menos posibilidades de viajar sin retorno, menos posibilidades de abrir horizontes.
Cuando Bruce Chatwin planeó la redacción de "Los trazos de la canción" ―libro cuya lectura te aconsejo antes de que emprendas tu viaje a Turkana― utilizó un abultado conjunto de notas agolpadas en sus cuadernos sobre la condición nómada y valoró positivamente la misma, pues, ¿qué otra cosa se podría aconsejar más que deambular como las olas del mar o como la arena del desierto? Chatwin era un gran aficionado a los Moleskine, esas libretas negras forradas de hule con una goma negra que permite su cierre.
No acabo de saber muy bien por qué me planteo esto precisamente ahora, pero he conocido dos tipos de personas dentro un mismo sistema de vida, las que en presencia de una montaña, que les observa, deciden subirla y contemplar desde allí su experiencia y su vida, y los que jamás la subirán, limitándose a contemplarla y ser contemplados por ella, como una parte única del paisaje. Podría incluso sentir que en mi vida han existido ambos tipos de montañas, aquellas que irresistiblemente he necesitado subir y aquellas que me he limitado a contemplar sin siquiera acercarme a sus laderas: la proximidad de la montaña como impulso para o necesidad de subirla y como mero lugar a contemplar en la distancia, sabiendo que nunca subiremos allí.» (29 de junio de 2011)
«Hola Papá:
Resulta curioso, pero esto que te planteas viene a coincidir con la mejor definición de mi experiencia trabajando en la cocina durante el último mes. Allí he podido descubrir ―con mejores recetas― cómo se "cocina la vida". He trabajado con unas veinte personas (diecisiete de ellas inmigrantes), que llevan entre ocho y veinte años picando verduras entre doce y dieciséis horas diarias. He podido meterme ―supongo que solo superficialmente― en la piel del "obrero", para sentir asco por un trabajo eternamente monótono y que les deshumaniza ―sientes que no sirves para nada―. Tienen buenas condiciones laborales y hay un buen ambiente, pero cada historia es, sin duda, irrepetible ―hijos enfermos, matrimonios y embarazos tempranos, maltratos y abusos sexuales―. Viven, en su mayoría, ahogados por el dinero y puteados diariamente por el sistema. Sin embargo, son gente feliz. Echan de menos su tierra, pero dicen disfrutar de nuestro mundo ―solo uno me ha dicho que aquí hay un exceso de "libertinaje"―, de dar paseos con su familia ―si la tienen aquí― y de escaparse algunos días a la Sierra. Unos son más abiertos que otros; los más tristes son los más tímidos y puedes imaginar su vida entre la cocina y un dormitorio alquilado en Vicálvaro.
He colgado parte del fragmento ―espero que no te importe― que has escrito en el mini-blog que tengo en “tuenti”, dedicándoselo a ellos, esperando que, algún día, lo puedan leer.» (30 de junio de 2011)